Hace mucho mucho tiempo, en un pueblecito perdido, nació un bebé al que llamaron Roberto. Su llegada a este mundo fue con los pies por delante…¡Y qué pies! Eran el doble de grandes que los de cualquier bebé.
     Rober creció como cualquier niño, sus pies no, éstos crecían y crecían sin que nada al respecto se pudiera hacer. Sus zapatos eran de persona mayor y todos los niños hacían bromas y burlas sobre sus desproporcionadas “barcazas”, a las que pisaban y por las que eran pisados también.
     Pasaron los años y Rober se convirtió en un hombre apuesto y honesto. Le encantaba bailar, por supuesto, solo, pues siempre que sacaba a una chica la acababa pisando y ésta desaparecía. Su amor por el baile era en vano. Cada vez que llegaban las fiestas y empezaba el baile todos los mozos bailaban con las chicas menos uno, bueno, ya sabéis quien.
     El protagonista de nuestra historia estaba desconsolado, nunca encontraría a nadie que quisiera bailar con él.
     Pasó el tiempo, llegaron las siguientes fiestas con su correspondiente baile  y Rober acudió sin ninguna esperanza. Era todo igual que otros años, excepto por un detalle, había llegado una nueva familia al pueblo. Esta familia tenía una hija muy guapa, que tenía una peculiaridad: unos pies muy muy pequeños, al contrario que él, y cuando bailaba perdía el equilibrio y se caía.
     Rober, al verla se le ocurrió una idea, ella podría bailar sobre sus pies, así él nunca podría pisarla y ella nunca se caería. Por fin bailaron con libertad toda la noche y desde entonces ya nunca se separaron. Por cierto, desde aquel día Rober estaba tan feliz que decidió hacer reír a todos pintándose la cara de blanco y la nariz de rojo. Así es como nació el primer payaso. Colorfín colorado este cuento se ha acabado.

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